Bogotá, Colombia
Julio 19 de 2019
En
un mar de masas yo no veo personas solamente, veo historias con pies y cabezas
asomándose por entre las entradas de las tiendas, escondiéndose al doblar las
calles, amontonándose en los buses. Además de historias veo también marcas, las
personas dejan marcas en otras personas. Si me preguntaran cómo se ven estos
sellos los describía como manchas de pintura; estas manchas tienen colores,
formas despreocupadas y diferentes tamaños. Algunas personas están llenas de
manchas, algunas tienen muy pocas. Más allá de escritos congelados en el tiempo,
de grandes hazañas, las manchas son nuestra forma de trascender en otros. No era
algo fuera de lo normal para mí hasta hace algunos meses, cuando, tras un día
cortado a la medida como todos los anteriores, descubrí finalmente un hombre
sin mancha.
Sentada
en el borde de alguna acera, escuché el sonido más solitario y triste, el más
frecuente estos días. Conteniendo el aliento los transeúntes se quedaban
boquiabiertos frente a la ventana de un café internet que tenía un televisor prendido
en la transmisión de noticias de un canal nacional. No volteé la mirada, ya
sabía lo que había pasado. Ya iban tres en un sólo mes, tres almas se había
llevado el tiempo al exilio mientras en la tierra las nuevas generaciones
peleábamos por un lugar en la historia, pareciendo fracasar en cada paso y
perder cada vez más aquello que el viento se llevaba con las voces de los ausentes.
—¡No
puede ser! Un muchacho tan joven. Su familia, sus amigos… tantas personas que
deben estar devastadas -alcancé a escuchar de la voz de una mujer. No era
extraño, es ese el tipo de comentario que suele venir de personas llenas de
marcas; la mujer del comentario tenía cerca de veinte marcas visibles de muchos
colores.
Tomé
mis cosas, me levanté rápidamente y caminé hasta una estación de Transmilenio
cercana. Sabía a donde iba, sin embargo, ya daba cada paso más con la cabeza y
con los pies, que con el corazón y la conciencia. Un escalón, dos, tres, la
tarjeta para el pasaje. En cada rostro veía reflejadas a las mismas dos
personas. Una atrapada en el pasado, triste y melancólica de la doliente
realidad que, por miedo o por cobardía, no se atrevía a salvar. La otra
abrumada, tratando de pensar, de resolver el crucigrama de aquello que debía
hacer para salvarse a sí misma de la ola de levedad que la perseguía. Ambos
tipos de persona con por lo menos una visible mancha, y yo que ni cuenta me
daba de lo cerca que estaba de la levedad que tanto les preocupaba.
En
el rostro de la tiquetera había desesperanza, aburrimiento y sometimiento a la
dura y fría rutina. En los rostros de las personas que pasaban corriendo, con
las almas quebradas en los ojos, un sentimiento de pérdida afanada, pánico de
dejarse llevar por el cruel sonido de las campanadas. En aquellos que iban y venían
se percibía la indiferencia cegadora que les ha borrado la fe y los ha llevado
día a día por el camino de la cotidianidad decepcionada, una que se niega a la
posibilidad de que exista un futuro con nuevas huellas imborrables; pero yo no
lo sabía todo.
Bus
B74, se abrieron las puertas, salieron las personas, entré más empujada que por
iniciativa propia, un asiento libre, milagro, lo tomé. El vaivén de las personas
paradas en el bus parecía una somnolienta canción de cuna, las manchas de
diversos colores no impiden que luego de tantos años ya vea la vida en grises
azulados. De repente ante un hueco en la calle terminé empujando bruscamente al
hombre a mi lado.
—Lo
siento señor -dije rápidamente.
—Da
igual señorita, no es la primera que me empujan en un Transmilenio -respondió
con expresión despreocupada.
Me
quedé mirándolo más de lo normal, más de lo que cualquiera de esos tantos transeúntes
empujones a los que se refería se hubieran quedado mirándolo. Había algo que no
me permitía quitar la mirada de su piel, una y otra vez mis ojos viajaban sobre
la superficie sin notar que era, hasta que…
Abrí
los ojos como platos y quité rápidamente la mirada. El suelo fue el lugar
seguro pera mis ojos mientras mi mente daba vueltas sobre lo que acababa de
descubrir. Este hombre no tenía ni una sola mancha visible. Tal vez estaban
escondidas, me dije a mí misma que no era nada fuera de lo común; en una
cotidianidad tan encadenada, todo lo que parece extraordinario tiene sus peros.
—Cierra
esos ojos de sorpresa niña, ni que nunca hubieras visto a una persona sin
manchas -dijo el hombre sin dirigirme la mirada.
—¿Perdón?
—Ay
muchacha, ya deja el drama, no me digas que nunca habías visto un hombre limpio,
sin manchas -respondió con fastidio.
—¿Usted
también las ve?
—¡Todos
las vemos niña! ¿Qué les enseñan en el colegio a estos jóvenes de hoy?
—Mis
padres no, mis amigos…nunca les he preguntado, pero… ¡no! -dije ya demasiado
extrañada.
—Será
porque ellos sí tienen manchas -dijo el hombre parándose de golpe,
probablemente ya cansado de hablar con esta chica al parecer ignorante y
preguntona.
Fueron
muchas tardes después de esa, muchas noches en vela, mucho intentar ajetreado
detrás de hojas y hojas intentando ver lo evidente. Las manchas eran la única
razón, lo permanente, ¿cómo no me había percatado de que yo misma no tenía ni
una?
***
Hoy,
sentada en el borde de alguna acera, escuché el sonido más solitario y triste,
el más frecuente estos días. Conteniendo el aliento los transeúntes se quedaban
boquiabiertos frente a la ventana de un café internet que tenía un televisor prendido.
No volteé la mirada, ya sabía lo que había pasado. Ya iban incontables almas,
mientras en la tierra las nuevas generaciones peleábamos por un lugar en la
historia y fracasábamos frecuentemente. Cada vez veo más y más personas sin
manchas.
¿Cómo
rescatamos la trascendencia? ¿Las nuevas generaciones estamos llamados a
cambiar la historia? Tal vez estamos condenados a ser los responsables de que
ya no pueda salvarse del presente intrascendente.
____________________________________________________________
Palabras por Julie Catherine Guardo Quintero
U, por ahora.
Una batalla, una fecha diferente, palabras y cuadrículas, inmortalidad, Solferino, el general Dic, letras, y nuevamente palabras.
La batalla comenzó un 4 de Julio, paradójicamente mientras un país celebraba su independencia nosotros peleábamos a muerte por la inmortalidad. Todos queríamos vivir por siempre y para eso debíamos ganar la batalla; la batalla contra las cuadrículas.
— Ve por un costado y yo iré por el otro- gritó una letra
— ¿Cómo se te ocurre?- dijo otra
— ¿Qué no te das cuenta que eso es lo que ellos quieren, separarnos? debemos permanecer uno al lado del otro, sin separarnos; es la única manera en que tendrá significado hacer lo que hacemos.
Mientras ellos hablaban yo seguía escribiendo, no podía parar; él tenía razón, debíamos estar juntos en esto y eso me incluía a mí.
A mi izquierda estaba la A, parecía la más despreocupada de toda, solo observaba el panorama apocalíptico creyéndose la líder, pero de líder no tenía nada. No hacía nada, no sabía nada, solo creía que por ser la más usada era la más importante. ¿Y si escribo sin utilizerle? No, definitivamente no funciona, necesito de ella; que no crea que ha ganado, tiene una guerra frente a sus ojos y no comprende que no puede quedarse quieta sin ayudar.
Y la E, ¡Ay, ese E! ¡Pobre E! Es tan tierno, él quiere ayudar, pero la verdad es que le falta personalidad, es tan inseguro. Últimamente todos comenzaron a utilizarlo creyendo que sería un símbolo de paz. "Todes”, “Algunes”, esto está difícil, no sé cómo se puede dejar manipular por la arrogante A y el escandaloso O, ellos deben saber dónde es su lugar, la guerra no se gana si cada uno relega su trabajo en un segundo plano y se aprovechan de la pobre E. ¡Ay, ese E! ¡Pobre E!
— ¡U! Tú primero, ¡N! Te quiero después, que le siga la I, después ¡tú O!, y quiero a la N también al final en la retaguardia- gritó el general Dic
Siempre he creído que el general Dic es ese rayo de esperanza que cualquier situación necesita; tiene todas las respuestas, sabe todas las posibilidades, es como si viera el futuro y conociera la totalidad del pasado. El general Dic es totalmente atemporal, y aquí estaba, tratando de ganar esta guerra contra las cuadrículas. Las cuadrículas, tan grises y encasilladas, tratan de romper la impecable formación de las letras y palabras que solo quieren la inmortalidad; no sería un trofeo tan difícil de obtener si la monotonía de las cuadrículas no estuviera en su camino.
— ¡I¡ ¿Por qué no estás en la formación?- gritó el general Dic.
La I siempre era así, siempre iba tarde, como ahora, el general Dic le está gritando como si no hubiera un mañana, aunque la verdad no sé si lo habrá, pero I sigue caminando con si estuviera en arena movediza, tan leeento. Sinceramente creo que el general Dic está más desesperado que nunca.
— ¡O! Ve y empuja a I porque necesito que lleguen ya, las cuadrículas se están acercando.
O, el gran O, el escandaloso O, todo lo quiere hacer y no lo culpo, además todos quieren que él haga todo; él solo le hace caso a su público. Y la U, la hermosa U, solo decir su nombre me hace viajar a las estrellas, el firmamento está contenido en ella, esas curvas que me enloquecen, esa sonoridad de su voz. Uuu, sencillamente me enloquece.
— Necesito que todos pongan de su parte; las cuadrículas se acercan muy rápido. Así que ¡ataquen! - el general Dic gritó con todas sus fuerzas y vi cómo cada letra, cada palabra corría a enfrentarse con las cuadrículas.
Lo que está sucediendo ahora es algo que no quiero escribir, no quiero pero debo. Soy su última esperanza, ellos querían inmortalidad, yo se las daré. No tuve más opción que dejar de ver y comenzar a escribir...
. . .
Y los muertos quedaron sin sus personas, así como las personas quedaron sin sus muertos. No había persona que pudiera aliviar la suerte de los muertos. No había muerto que pudiera aliviar la suerte de las personas, porque ya no habían personas; estaban muertas. Esta vez Solferino no pudo ayudar, no pudo hacer nada ni por las personas ni, mucho menos, por los muertos. Y no hubo sangre, no hubo hedor, solo ceguera. Y no ceguera oscura o blanca, sino verde.
La masacre fue contra la palabra, la derrota de las cuadrículas fue inevitable al inicio. Las tropas avanzaban con precisión casi geométrica, mientras que las palabras solo fluían tratando de escapar. Las personas quisieron intervenir, pero no pudieron hacer nada, la masacre contra la palabra se extendían e iban muriendo inocentes; inocentes muertos iban quedando sin sus personas.
Todos quedaron con nada.
Nada.
Poco a poco incluso los vivos quedaban ciegos, y luego de ciegos la muerte era inevitable. Luego de ciegos, no podían ver las palabras y sin ver las palabras era imposible vencer por sobre las cuadrículas. Como dije, Solferino no pudo ayudar. Fue la única persona que ese día no fue persona, fue recuerdo, pero incluso su recuerdo no fue de ayuda. Saber que alguna vez él había sido escenario de violencia no reconfortaba a las palabras, quienes cada vez eran menos.
Los muertos quedaron sin sus personas, las personas quedaron sin sus muertos, las palabras hicieron parte de los muertos, la ceguera era la causa de la muerte, todos vieron verde antes de expirar.
Yo, por mi parte, no sabía que hacer, veía claramente qué estaba sucediendo y trataba de moverme lo más rápido que podía; cada vez más veloz, despreocupado, con el pulso temeroso, con las tildes mal puestas sin comas y sin pensar exactamente lo que estaba escribiendo justo cuando crei que tal vez si estaba haciendo lo que debia estar haciendo llego la ceguera ceguera verde no veia nada no puedo seguir escribiendo ni el recuerdo de Solferino pudo salvarme aquella vez debo seguir escribiendo ...
Suelto el lápiz. La mano ya me duele. Sé que las palabras me necesitaban, pero en este momento ya no puedo seguir escribiendo, estoy cansado. Se me acaba el aire de tanto haber escrito. Tendrán que esperar a que regrese; después de todo es una buena excusa para hacer un segundo tomo. A este lo llamaré "U" por ahora, después se me ocurrirá un mejor título. Cerré el cuaderno, lo dejé en la biblioteca junto a sus hermanos mayores. Solo en ese momento me sentí observado, tal vez alguien estaba escribiendo sobre mí.