De cómo limpiar un cajón


 
Episodio del 1 de marzo de 2021

Palabras por Julie Catherine Guardo Quintero

Papeles de cajón 

Quise ayudar a mi mamá cuando entró a la habitación a limpiar, pero estaba ocupado en el patio tratando de escribir algo para mi siguiente obra. 
Un título, y luego unos capítulos, pan comido. 
Todo está en su lugar: los lápices a mi derecha, el borrador justo encima, y los cajones a la izquierda. 
Las ganas por escribir iban creciendo y creciendo desde el día en que acabé de leer mi último libro, había pasado semanas colocando papelitos con ideas en mis cajones, y ya era hora de juntarlos en una obra maestra. 
Saqué el primer papel, se leía “mi mamá limpia mi cuarto”. Perfecto, primer papel anotado. 
El segundo: “mi siguiente obra”. Uniría estos dos papeles en una misma oración para que se vea causalidad entre uno y el otro, y no parezcan dos sucesos alejados. 
Tercero: “sarcasmo”. Qué gran idea. Colocar un poco de humor en lo que se escribe siempre nutre la narración. Agregaré “pan comido”, lo he leído muchas veces, y siempre me suelta una risita, funcionará.
Cuarto: “papelitos en los cajones”. Debo hablar sobre mi idea de los cajones, esa es clave para que la narración esté completa. 
- Ahora, le agrego un narrador - dijo Eduardo.
- Admítelo - me gritaron mis orejas - No sabes sobre qué escribir.

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Palabras por Daniela Alejandra Galeano Camacho


El peor cuento de terror que alguna vez haya pisado el papel

 

Eleonora:

Lo hice como me dijiste, verdaderamente hiriente.

 

No sabía que escribir, así que me senté frente a la hoja en blanco y me propuse escribir el peor cuento de terror que haya alguna vez pisado el papel. Comencé aún dudosa de mis intenciones y borrando constantemente con la ingenua esperanza de que la horrible creación que estaba engendrando tuviera un futuro, sin embargo, luego de una considerable cantidad de líneas, sellé el destino de este manuscrito prometiendo que apenas terminara iría a parar al cajón de los escritos que nunca saldrán a la luz.

Tras una cuántas horas de trabajo liberado; nada arduo la verdad, más bien desconcentrado; tiré el lápiz y guardé con arrebatada fuerza el manuscrito en el cajón. Aquel cajón se había convertido en el lugar de mis escritos sin futuro, mis cartas sin receptor y mis novelas sin audiencia desde que mi compañero de piso había muerto a causa de un motociclista borracho. Nunca me sentí melancólica ni triste al pesar en lo que había sido de ese cajón antes, y había fácilmente dado por hecho que todo lo que había allí era solo basura destinada al abandono.

Jacobo era un buen muchacho. Había sido mi compañero de piso durante dieciséis meses y se había ganado mi confianza (no hablo de afecto ya que en realidad no me dolió mucho cuando murió, por alguna razón sentí que en realidad ni lo conocía y si falta me hacía, nunca notaría en realidad que no estaba).

Jacobo y yo teníamos una relación de compañeros de piso poco común, él trabajaba de noche y yo de día de forma que en realidad sólo una o dos veces nos cruzamos en todo el tiempo que vivimos juntos. ¿Cómo nos comunicábamos? Notas en el cajón, que luego se convirtieron casi en cartas, luego en novelas y reseñas de estas, cuentos, y repentinamente Jacobo era mi crítico y lector número uno. Yo dejaba mis manuscritos llenos de dudas en el cajón para que los ojos que llegaban aburridos a las nueve luego del turno de noche los leyeran y me dijeran si definitivamente habría sido mejor idea dedicarme al negocio familiar de envueltos criollos.

Sus notas eran a veces crueles. Había días que llegaba y revisaba el cajón para encontrar mi manuscrito lleno de escrituras al margen y un papel adjunto que me recomendaba más de veinte lecturas nuevas. Era bueno para mí como escritora, pero mi parte humana y sensible debe confesar que más de una vez deseó que llegará el día en que ya no hubiera más notas; y llegó, porque no hubo más Jacobo... o al menos eso había pensado hasta que me encaminé en la escritura del peor cuento de terror que hubiera alguna vez pisado el papel.

Al día siguiente de poner mi manuscrito en el cajón llegué tarde y cansada del trabajo. Ahora que lo pienso debí tomar una siesta antes de decidir repentinamente limpiar el cajón, debí comer algo, debí estar con mis sentidos al cien por ciento porque lo que vendría era digno de ser escrito en el guion de una película de Tim Burton. Llegué al piso y sí, saqué todos los papeles del cajón para evitar que les salieran pies y mis manuscritos escaparan con delirios de publicación o participación en algún concurso literario. Quería echarlo todo directamente a la basura cuando de repente mis ojos se cruzaron con la letra del difunto sobre los trazos del peor cuento de terror que alguna vez haya pisado el papel. Había letras ajenas en este cuento y en aquel que había escrito hace dos días, y en la carta que había escrito sin esperar respuesta, y en la novela que había terminado hace unas semanas, letras del difunto, notas y palabras incluso en mis cartas del día en que creía que mi compañero había partido.

Eran notas furiosas y heridas, y aunque estaba petrificada del terror, aunque temblaba y caían gotas frías de sudor por mi espalda, en lo único que pude pensar fue: tal vez debí extrañarlo más cuando murió.

 

NOTAS por Jacobo:

Las letras tienen el poder de liberar, de mostrar la verdad como si de espejos se tratara. Ni la muerte misma se escapa de una pluma y un papel.

Ya que lo sabes podría irme en paz apreciada Eleonora (porque yo si te aprecio), podría dejarte finalmente mi piso y migrar a dónde sea que esperan mi alma, pero aún no eres la escritora que esperaba... este cuento definitivamente es el peor cuento de terror que alguna vez haya pisado el papel.