De cómo limpiar un cajón
Episodio del 1 de marzo de 2021
Papeles de cajón
Quise ayudar a mi mamá cuando entró a la habitación a limpiar, pero estaba ocupado en el patio tratando de escribir algo para mi siguiente obra.
Un título, y luego unos capítulos, pan comido.
Todo está en su lugar: los lápices a mi derecha, el borrador justo encima, y los cajones a la izquierda.
Las ganas por escribir iban creciendo y creciendo desde el día en que acabé de leer mi último libro, había pasado semanas colocando papelitos con ideas en mis cajones, y ya era hora de juntarlos en una obra maestra.
Saqué el primer papel, se leía “mi mamá limpia mi cuarto”. Perfecto, primer papel anotado.
El segundo: “mi siguiente obra”. Uniría estos dos papeles en una misma oración para que se vea causalidad entre uno y el otro, y no parezcan dos sucesos alejados.
Tercero: “sarcasmo”. Qué gran idea. Colocar un poco de humor en lo que se escribe siempre nutre la narración. Agregaré “pan comido”, lo he leído muchas veces, y siempre me suelta una risita, funcionará.
Cuarto: “papelitos en los cajones”. Debo hablar sobre mi idea de los cajones, esa es clave para que la narración esté completa.
- Ahora, le agrego un narrador - dijo Eduardo.
- Admítelo - me gritaron mis orejas - No sabes sobre qué escribir.
El peor cuento de terror que alguna vez haya pisado el papel
Eleonora:
Lo
hice como me dijiste, verdaderamente hiriente.
No
sabía que escribir, así que me senté frente a la hoja en blanco y me propuse escribir
el peor cuento de terror que haya alguna vez pisado el papel. Comencé aún
dudosa de mis intenciones y borrando constantemente con la ingenua esperanza de
que la horrible creación que estaba engendrando tuviera un futuro, sin embargo,
luego de una considerable cantidad de líneas, sellé el destino de este
manuscrito prometiendo que apenas terminara iría a parar al cajón de los
escritos que nunca saldrán a la luz.
Tras
una cuántas horas de trabajo liberado; nada arduo la verdad, más bien
desconcentrado; tiré el lápiz y guardé con arrebatada fuerza el manuscrito en
el cajón. Aquel cajón se había convertido en el lugar de mis escritos sin
futuro, mis cartas sin receptor y mis novelas sin audiencia desde que mi
compañero de piso había muerto a causa de un motociclista borracho. Nunca me
sentí melancólica ni triste al pesar en lo que había sido de ese cajón antes, y
había fácilmente dado por hecho que todo lo que había allí era solo basura
destinada al abandono.
Jacobo
era un buen muchacho. Había sido mi compañero de piso durante dieciséis meses y
se había ganado mi confianza (no hablo de afecto ya que en realidad no me dolió
mucho cuando murió, por alguna razón sentí que en realidad ni lo conocía y si
falta me hacía, nunca notaría en realidad que no estaba).
Jacobo
y yo teníamos una relación de compañeros de piso poco común, él trabajaba de
noche y yo de día de forma que en realidad sólo una o dos veces nos cruzamos en
todo el tiempo que vivimos juntos. ¿Cómo nos comunicábamos? Notas en el cajón,
que luego se convirtieron casi en cartas, luego en novelas y reseñas de estas,
cuentos, y repentinamente Jacobo era mi crítico y lector número uno. Yo dejaba
mis manuscritos llenos de dudas en el cajón para que los ojos que llegaban
aburridos a las nueve luego del turno de noche los leyeran y me dijeran si
definitivamente habría sido mejor idea dedicarme al negocio familiar de
envueltos criollos.
Sus
notas eran a veces crueles. Había días que llegaba y revisaba el cajón para
encontrar mi manuscrito lleno de escrituras al margen y un papel adjunto que me
recomendaba más de veinte lecturas nuevas. Era bueno para mí como escritora,
pero mi parte humana y sensible debe confesar que más de una vez deseó que
llegará el día en que ya no hubiera más notas; y llegó, porque no hubo más
Jacobo... o al menos eso había pensado hasta que me encaminé en la escritura
del peor cuento de terror que hubiera alguna vez pisado el papel.
Al
día siguiente de poner mi manuscrito en el cajón llegué tarde y cansada del
trabajo. Ahora que lo pienso debí tomar una siesta antes de decidir
repentinamente limpiar el cajón, debí comer algo, debí estar con mis sentidos
al cien por ciento porque lo que vendría era digno de ser escrito en el guion
de una película de Tim Burton. Llegué al piso y sí, saqué todos los papeles del
cajón para evitar que les salieran pies y mis manuscritos escaparan con
delirios de publicación o participación en algún concurso literario. Quería
echarlo todo directamente a la basura cuando de repente mis ojos se cruzaron
con la letra del difunto sobre los trazos del peor cuento de terror que alguna
vez haya pisado el papel. Había letras ajenas en este cuento y en aquel que
había escrito hace dos días, y en la carta que había escrito sin esperar
respuesta, y en la novela que había terminado hace unas semanas, letras del
difunto, notas y palabras incluso en mis cartas del día en que creía que mi
compañero había partido.
Eran
notas furiosas y heridas, y aunque estaba petrificada del terror, aunque
temblaba y caían gotas frías de sudor por mi espalda, en lo único que pude
pensar fue: tal vez debí extrañarlo más cuando murió.
NOTAS por Jacobo:
Las letras tienen el poder de liberar, de mostrar la verdad
como si de espejos se tratara. Ni la muerte misma se escapa de una pluma y un
papel.
Ya que lo sabes podría irme en paz apreciada Eleonora
(porque yo si te aprecio), podría dejarte finalmente mi piso y migrar a dónde
sea que esperan mi alma, pero aún no eres la escritora que esperaba... este
cuento definitivamente es el peor cuento de terror que alguna vez haya pisado
el papel.